martes, 12 de abril de 2011

Dos minutos de odio





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No disparen al pianista.
(o no siempre, o no solo...)

Uno, que es por completo ajeno a las leyes, reglas y fórmulas que rigen la economía mundial, hay veces que gustaría de estar más puesto en el tema para entender porqué hemos de pagar los ciudadanos de a pie la ruina de los bancos. Por ejemplo. Suena un poco a ejercicio de prestidigitación política en el que se sabe de antemano quien ha de pagar el pato: el currito; ya solo queda elaborar la teoría que lo haga culpable. Y se crea, vive dios que se crea, doctorado honoris causa mediante, si es necesario.

Lo vengo a decir (no se vayan a pensar que se han equivocado de foro) por lo que pasó el sábado en la sala La 3 de Valencia. Y me explico. Cuando ya parecía que no se podía someter al músico a más vejaciones, en La 3 pudimos ser testigos de la más ultrajante, vergonzosa, zafia, baja y vil de las situaciones: estando interpretando Damien Lott el tema "Erase and fall", el último de su repertorio, el redoble anterior al estribillo dio paso, no a éste, sino a un apagado de las luces y del suministro eléctrico del escenario. Y no creo que escape al agudo lector lo que le ocurre a una guitarra eléctrica... en ausencia de corriente eléctrica: enmudece, calla. Muere.

¿Se estaba sumando, concienciada, la sala La 3 al apagón solidario desenchufando por completo el escenario? Me temo que no. ¿Se trataba de una avería? Ojalá. ¿Acaso un error humano? Negativo, Roger. A alguien le pareció que era buena idea que el grupo acabara, en ese preciso instante, su actuación y los desenchufó. Así, a mitad de canción, con la palabra en la boca y por el artículo 33.

No se si ustedes se hacen cargo del lamentable espectáculo que puede ser un músico rasgueando su guitarra sin que suene nota alguna, envuelto en la casi completa oscuridad, mientras suena de fondo el estruendo de unos tambores sin sonorizar (los de la batería, claro). El cuadro resultante raya en lo patético... y uno no sabe bien si sentir pena, rabia, indignación o una mezcla confusa de todo ello.

No vamos, desde aquí, a ejercer de jueces ni de abogados: sería de una irresponsabilidad supina, ya que no conocemos a todos los personajes de este entuerto. Pero, ¡qué lamentable coincidencia! están los dueños de la sala, los asistentes de escenario, los técnicos de sonido, los responsables de la sala, los promotores u organizadores del evento... ¿y quiénes la pagan? Los músicos.

Los músicos, señores, pagan por su formación, pagan por los locales donde ensayan, pagan para adquirir sus instrumentos, pagan el estudio donde graban sus discos o maquetas, pagan por tocar en las salas y por participar en algunos concursos… ¡y ahora pagan, también, el pato de la desorganización!

Lo que le hicieron, sea quien fuere el responsable, a Damien Lott el sábado en La 3 no tiene nombre. Si no tuviera la absoluta certeza de que aún alguien va a inventarse algo para denigrar aún mas al músico, haciendo, como suele decirse que la realidad supere a la imaginación, diría que esto es ya lo último.

Un grupo que se sube al escenario, y al que le dicen, antes de hacerlo, que debe reducir su repertorio a media hora, se siente defraudado y triste. Pero el músico lo que quiere es tocar. Y tocará su media hora. Si estando ya tocando le dicen, al acabar una canción, que queda solo tiempo para tocar una más, se sentirá aún mas triste y defraudado. Pero el músico lo que quiere es tocar. Y elegirá su última canción, la mejor del repertorio, y la tocará. Incluso si le dicen, al acabar una canción, que no queda tiempo para más, el músico, que lo que quiere es tocar, resignado, se despedirá de su público. Pero echar a un músico a patadas del escenario, sin siquiera dejarle terminar su canción, es lo más asqueroso, insultante, despreciable, sucio, indigno, despótico y carente de toda sensibilidad y sentido del decoro que se puede hacer a un músico.

Verán: "Erase and fall", la canción que Damien Lott estaba interpretando cuando se cortó el suministro eléctrico del escenario, dura 3' 20" Debían llevar media canción cuando, a oscuras, Carlos Otte se quedó cantando ante un micrófono de escayola. Es decir, quedaban menos de 2 minutos de canción. ¡Dos minutos, señores! ¿Es eso lo que vale la dignidad de un músico? ¿Era de todo punto imposible concederle al grupo esos dos minutos para que acabara su actuación? El sábado en La 3 se hizo evidente que la dignidad del músico, es algo que no vale ni dos minutos de odio. A eso hemos llegado. E insisto: aún no se ha tocado fondo. Al tiempo.